Arquitectura
Ubicado en un lugar excepcional, en uno de los extremos de la playa de Las Canteras, el Auditorio Alfredo Kraus y Palacio de Congresos de Canarias es un icono de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
En este edificio, belleza y funcionalidad se dan la mano para ofrecer, al borde del océano Atlántico, un espacio de 16.750 metros cuadrados de superficie útil, con 25 salas en las que se puede dar cabida hasta a 4.600 personas.
Junto a las salas, el Auditorio Alfredo Kraus dispone de amplios espacios interiores de descanso y ocio, prolongados hacia el exterior a través de una zona privilegiada de la ciudad en la que se contempla el paseo que bordea los cinco kilómetros de la playa de Las Canteras.
El edificio, diseñado como “fortaleza que protege y faro que orienta”, es obra del arquitecto catalán Óscar Tusquets, quien contó con la colaboración de Carlos Díaz y la dirección de proyecto de Agustín Juárez y Marcos Roger.
El artista y arquitecto grancanario Juan Bordes es el autor de la intervención escultórica, una recreación de la fauna marina de la playa de Las Canteras presente tanto en el interior como en cada una de sus fachadas, que ahonda en la integración del edificio con el paisaje.
Fortaleza que protege, faro que orienta
El Auditorio Alfredo Kraus nace de las profundidades del océano Atlántico, en el extremo noroeste de la playa de Las Canteras, como una fortaleza aislada, autónoma, diferente del contexto arquitectónico más cercano.
Concebido por Óscar Tusquets como edificio acastillado, es una obra de enormes dimensiones cuya planta baja se asienta sobre un zócalo de roca volcánica que el escultor Juan Bordes convirtió con sus esculturas en lo que bautizó como “una roca habitada”.
Su visión de fortaleza se refuerza en todo momento, no solo con los materiales del acabado exterior, sino con la propia volumetría, compuesta en origen por la forma hexagonal de la gran Sala Sinfónica, a la que se adosan, en cada una de sus caras, diferentes cuerpos geométricos que provocan la imagen de un volumen pesado y compacto.
La altura del conjunto viene, a su vez, reforzada por los elementos torre que, justificados por su uso interior, son además exagerados al máximo en su verticalidad.
En la zona superior, el edificio es rematado por un lucernario de grandes dimensiones, traslúcido en sus caras laterales, que actúa de forma inversa al ponerse el sol. Así, desde cualquier visión lejana aparece como un enorme faro sobre el perímetro en sombra del volumen pétreo.
Solo dos materiales destacan frente a la textura y color de la mampostería imperante en el recinto: el acero inoxidable en el remate del hexágono y en la cúpula del faro, y la madera del país que forma la gran celosía de acceso; este espacio, el foyer, es un homenaje a la arquitectura tradicional de la isla.
Torres, muros de mampostería, un salpicado de ventanas cuadradas, todo ello levantado sobre un zócalo rocoso, confirman la inicial concepción de fortaleza, pensada, además, para ser colocada sobre una superficie proyectada como un jardín de dunas, de cráteres de piedra volcánica que protegen la vegetación del agresivo viento marino, de forma similar a lo que han venido haciendo los agricultores de la isla durante siglos, solo que aquí no son circulares, sino triángulos apuntando hacia el mar.
Una roca habitada
En su intervención escultórica en el Auditorio Alfredo Kraus, el artista grancanario Juan Bordes recrea, en la que bautizó como “roca habitada”, la fauna marina de la playa de Las Canteras. Así lo explica el escultor:
“Cada fachada del edificio, con su orientación, señala cuatro paisajes bien distintos (urbano, marino, playero y agreste) y con cada uno de ellos la escultura establece su diálogo particular. A la ciudad, como guardián, sale al encuentro un monstruo benéfico: el caboso, habitante común de los charcos de Las Canteras; pero aquí está no solo multiplicado en escala sino magnificado y transformado por las supuestas descripciones exageradas de un marinero fantasioso que relatara las criaturas encontradas en uno de sus viajes”.
“Al mar- continúa Bordes-, una metáfora de la escultura lo mira con el deseo de petrificarlo. Son los ojos envidiosos de una medusa marinada que reciben el embate del salitre que espuman las olas, A la playa y desde la terraza, dos pequeños bronces (una caracola y una raya) enmarcan humildemente la extraordinaria visión de Las Canteras. Al acantilado, con el pequeño acento de un pulpo que trepa junto a una gárgola, se evoca el ejército de pobladores que está pronto para subir desde las rocas de la base”.
“El chispazo de una explosión en el aire de un remate lo produce un rascacio plateado que trepa desde las profundidades hacia la veleta”, relata el escultor sobre la escultura que corona el edificio.
Ya en el interior, “un conjunto de pequeños bronces protegidos por algunos rincones quieren sugerir los jallos de la barra o en encuentros de un paseo por el arrecife de la playa. En la sala, la escultura busca el lenguaje más quedo del relieve. El silencio oscurece la imagen que es solo luz tangencial para dibujar unos desnudos que toman el sol junto a la playa. Son Las Canteras, que pensadas desde el Lido veneciano durmieron años en un cuaderno, para ser espuma de vidrio antes de pasar definitivamente al roble”.
La participación de la escultura en el Auditorio Alfredo Kraus, además de ahondar en la integración con el paisaje que ya el edificio propone a través de su figuración en faro fortaleza, aspira, también, a realizar una integración conceptual, desarrollando una continuidad con la historia local. “Para eso -revela Juan Bordes- busco un eco con la intervención modélica de Néstor en el Teatro Pérez Galdós y, en iconografía parecida, rebusco sueños fantásticos que se convierten en habitantes de una roca intrusa en el paisaje”.
Un gran ventanal al mar
La integración del edificio en el paisaje, o del paisaje en el edificio, se produce de una manera espectacular en la Sala Sinfónica. Un gran ventanal de 100 metros cuadrados situado detrás del escenario permite disfrutar, desde cualquiera de sus 1.668 butacas, del océano Atlántico.
La Sala Sinfónica es, sino duda, el espacio más emblemático del Auditorio. Además de por el ventanal, destaca por su órgano de 2.750 tubos, uno de los más grandes de Canarias y el único laico de Gran Canaria.
Diseño del maestro organero Gabriel Blancafort, y ejecutado por su hijo y sucesor, Albert Blancafort (Organers de Montserrat), la peculiaridad de este instrumento es que en realidad son tres órganos en uno, ya que se puede utilizar como instrumento barroco, ideal para las interpretaciones de música de esta época; como órgano romántico, de sonido más oscuro y robusto, y un tercer órgano, el español, a imitación de los maestro organeros clásicos españoles.
Frente a la majestuosidad de la Sala Sinfónica, la Sala de Cámara, con capacidad para 326 personas, invita a la intimidad y el recogimiento. La acústica de este espacio, revestido de madera de cedro, está especialmente diseñada para escuchar música de cámara y para eventos en los que se busca la calidez y cercanía.
Y si en la Sala Sinfónica el mar está presente, también lo está, de forma simbólica, en las salas Gran Canaria y Tenerife, donde el techo evoca un gran oleaje.
La Sala Atlántico, de planta hexagonal, es la estancia de diseño más vanguardista del edificio.
Nuevo edificio
Integrado en la urbanización de la plaza de la Música y unido por una pasarela de madera al Auditorio, en 2002 se inauguró un nuevo edificio. Proyectado por Óscar Tusquets en tres plantas, en él se ubican la Sala San Borondón, con un espacio de 1.000 metros cuadrados distribuido en dos niveles, y la Sala Alegranza, una gran ventana abierta al mar que parece adentrar en él sus 435 metros cuadrados, ampliándolos hasta el horizonte.
La Sala Jerónimo Saavedra, inaugurada en el año 2010, es también un proyecto de Óscar Tusquets. Destaca por su moderno diseño, que permite, en tres minutos, ocultarlas y dejar un espacio completamente diáfano; o montar la mesas y sillas para disfrutar, en un ambiente relajado, del Rincón del Jazz, que tiene su escenario en esta sala.